La moda de hablar como está de moda hablar

Vivimos en los tiempos del austericidio, o lo que es lo mismo, en una época en la que ya no importa lo que signifique realmente una palabra, porque a pesar de ello, si está de moda y nos apetece, la utilizaremos, y si no es correcta, pues, tranquilos, también la usaremos, y si no es más que un invento fabricado con defectos, la emplearemos igualmente, porque da igual la ingeniería léxica: lo importante es que una palabra o expresión haga fortuna y nos sintamos integrados en el grupo cuando la utilizamos.

Así, para hablar, para comunicarnos, da igual si es de modo oral o por escrito, siempre eligiremos (sí, así, con doble i, con un par) el término, giro o locución que nos dé la gana, sin miramientos, sin miedo a meter la pata o a pasarnos de frenada, porque si algunos lo dicen, será por algo, y si mucha gente lo dice, será porque es correcto, porque conviene decirlo, porque mola, porque esa expresión te hace más cool. Fascinante, como diría un vulcaniano.

Pasarse de frenada

¿Qué demonios es eso de pasarse de frenada? ¿Uno se pasa de frenada por frenar mucho o por frenar poco? ¿Nos pasamos de frenada cuando el coche se nos va más lejos de donde queríamos situarlo en ese mismo instante por haber pisado tarde y poco o mal el pedal del freno o cuando lo hemos pisado sin sutilezas?

¿Importa la diferencia? ¿Incomoda a alguien esa ambigüedad en el uso de la expresión? No, por supuesto. Por qué no nos íbamos a aprovechar de una expresión que vale para una cosa y para la contraria. ¡Con lo cómodo que eso resulta! Un ejecutivo puede decir nos hemos pasado de frenada  tras haber aplicado unos drásticos y fulgurantes cambios en la organización que han supuesto que se tire el agua sucia con el niño dentro o tras congelar una serie de partidas presupuestarias con el objetivo de reducir gastos si ello ha ocasionado pérdidas irreparables en la calidad productiva, la retención de talento y la imagen corporativa. La expresión vale así para un roto y para un descosido, para quien pisa hasta el tope el freno cerrando los párpados sin pararse en barras y detiene el coche a lo bestia clavando las cuatro ruedas y dando un susto morrocotudo a sus pasajeros, pero también para el que, frenando a tope, no consigue parar el auto en bastantes metros y deja su firma en goma sobre el asfalto, y asimismo para quien, pusilánime, inicialmente solo acaricia el freno y lo aprieta ya tarde cuando se le viene encima una cerradísima curva que negociar o se topa de frente con el trasero de un automóvil detenido en medio de la calzada. No importa su génesis ni su sentido, siempre que se trate de un modo de hablar que nos identifique con los estilos comunicativos que se llevan. Pasarse de frenada está de moda.

Mediopensionista

Por supuesto, eso no solo pasa en la empresa. Si pensamos en los tres segmentos ideológicos que según la politología moderna configuran en la actualidad el espectro ideológico —los de izquierda, los de derecha y los mediopensionistas—, encontraremos más de lo mismo.

Austericidio

En el bando de la izquierda cunden las alusiones al odiado austericidio, eso que, según ellos, caracteriza a esa encarnación del diablo que son los conspicuos gobiernos neoliberales.

recortesDa igual que el término solo pueda aludir a quienes predican aumentos descomunales del gasto público. Importa poco que esa línea de política económica sea lo único que en puridad podría asesinar a la austeridad y, por tanto, lo único que este neologismo podría significar, del mismo modo que homicidio es matar a una persona (homo caedere en latín) y suicidio es matarse uno a sí mismo (sui caedere), y así podríamos citar una larga lista de términos compuestos con el mismo criterio léxico que marca su significado: algunos ya clásicos y de etimología evidente (como uxoricidio, matar a la esposa, o fratricidio, matar al hermano) o más oscura (como parricidio, matar a un igual o a un pariente); otros modernos, como magnicidio, infanticidio, genocidio

Dicen algunos en la red (quien sea el autor o quienes lo citan, con cierta gracia; los que asumen como propia la gracia, sin ninguna) que austericidio sería asesinar a Paul Auster (tentación que, se me ocurre, habría sido razonable que asaltara, aunque solo fuera como fantasía intelectual, a quienes acabaran de leer la obra intermedia de su Trilogía de Nueva York o constataran, después de leer varios libros del autor, que casi siempre nos cuela el mismo).

Pero, más allá de esta variante humorística, el austericidio se ha convertido en un término que solo es pronunciado en su falso sentido, y hasta la náusea, por quienes dan mucho más valor al efecto publicitario ya conseguido por la palabra que a su rigor semántico.

A pesar de que la composición del término solo puede llevarnos a una conclusión —la de que los únicos austericidas, los que quieren acabar con la austeridad, son los políticos de izquierda, mientras que los neoliberales y democristianos son quienes desean entregarse a ella con el fin de cumplir su condición de paladines del recorte—, el austericidio, como odiosa medida de la derecha, triunfa, porque ese erróneo uso terminológico también está de moda.

Por activa y por pasiva

Fijémonos igualmente en los periodistas, esa profesión, imprescindible en todo régimen democrático, que obliga a sus integrantes a hablar y comunicar hora tras hora, día tras día. Y claro, entregados a la construcción de mensajes, tratando en todo momento de respetar las reglas de la lengua, pasa que algunos al final solo son capaces de mostrar énfasis aludiendo a las voces gramaticales. Porque cuando opinan o participan en debates y piensan que algo es cierto e indubitable, lo expresan con entusiasmo, de modo tajante, afirmando que algo es de una determinada manera por activa y por pasiva. Siempre por activa y por pasiva. No hay duda: las voces gramaticales también son tendencia.

Sí o sí

Pero como lo taxativo también mola, se merece alguna otra expresión de culto, y por eso, cuando algo solo puede ser de una manera, dicen (los periodistas y los que no lo son) que lo será sí o sí. Por supuesto, tampoco importa aquí el origen de la expresión, que no puede ser otra que el ocurrente juego de negación de opciones dentro de una interrogación: si en lugar de decir ¿crees que debemos tomar esa medida, sí o no? cambiamos el no por un sí y decimos ¿crees que debemos tomar esa medida, sí o sí?, transmitimos de modo humorístico que no vemos opciones y que nuestro interlocutor debería también darse cuenta de ello. Es una idea original, o al menos lo fue cuando quien sea la tuvo por primera vez, la utilizó e hizo fortuna. Yo recuerdo cuando la empecé a oír, no hace tantos años, aunque no tenga ni idea, obviamente, de quien fue el autor, el escultor de la piedra fundacional.

Pero lo de ahora es distinto. Pongamos como hace tanta gente el sí o sí al final de una afirmación, de un mensaje desprovisto de interrogantes (eso lo vamos a hacer sí o sí, esta medida la van a tomar sí o sí, va a haber elecciones sí o sí…) y el sentido posible de la expresión desaparecerá, porque si dijéramos, asertivamente, esta medida la van a tomar sí o no, ¿tendría la expresión algún sentido?

Da igual. Decir sí o sí para culminar cualquier tipo de frase sin interrogantes también está de moda, porque, aunque suene a verdad de perogrullo, lo que de verdad está de moda es hablar como está de moda hablar.

Austericidio, pasarse de frenada, por activa y por pasiva, sí o sí o la citada denominación máster que sirve para aludir a todo tercer segmento que haya por esos mundos de Dios (la que alude a los mediopensionistas) son solo ejemplos del habla guiada por la atracción de los movimientos gregarios.

Pírricos, tétricos, peripatéticos y otros términos

Podría citar otros muchos ejemplos: frikis que ya no son gente rarísima o extravagante, sino simplemente aficionados a algún tema —yo soy muy cinéfilo y, por tanto, supongo que un friki más, aunque no tenga la cabeza reducida y no me arrastre por el suelo con una daga en la boca—; o seres bizarros, que no es ya que no sean valientes, arrojados, airados o generosos, es que ni siquiera son ya, al modo francés o inglés, gente estrambótica o perturbadora, porque bizarros son ya todos los que no son homologables a la más absoluta normalidad (los propios frikis, sin ir más lejos) y bizarro puede ser, de hecho, cualquier acontecimiento no previsible, de escasa frecuencia; mujeres empoderadas, que no son albaceas ni representantes mandatadas mediante un poder notarial, sino representantes de su género cargadas de un poder o fuerza que no tenían, ¡tiemblo solo de pensarlo!; o tétrico, que esto sí da miedo, y que es ahora todo lo que parece terrorífico u horroroso, perdiendo ese sentido sutil que mezcla lo triste, lo fúnebre, lo inquietantemente serio o grave;  o peripatético, que no es ya una evocación a los paseos discursivos o formativos de la filosofía clásica aristotélica —una expresión que, como mucho, deberíamos utilizar para aludir a las entrevistas o charlas que se hacen caminando despacio, mejor si es entre árboles—, sino que ahora es simplemente algo muy patético (aunque reconozco que ciertas caminatas políticas primaverales me parecieron más patéticas que peripatéticas); o pírrico, que por supuesto no es ya un adjetivo que aluda a victorias que llevan aparejada una elevada pérdida en las filas propias, ni un lejano homenaje al monarca de Epiro y su costosamente exitosa batalla de Asculum, sino que es utilizado como sinónimo de escaso, magro, decepcionante, insuficiente…; o postureo, que a pesar de ser uno de los neologismos más recientes, ya ha empezado su mutación semántica acumulativa, porque recurrimos ahora a esa palabra no solo para aludir a poses y tomas de posición superficiales efectuadas en los medios digitales, sino para calificar cualquier actuación que no sea del todo sincera, cualquier fingimiento, cualquier manierismo comunicativo, sea cual sea su intensidad.

Relato

O el relato. Siempre el relato. Palabra mágica que ya vale para una idea, un argumento, una justificación, una estrategia de comunicación, un plan de seducción comercial, una presentación ordenada y coherente de ideas… Eso sí, formulado casi siempre en negativo. Partidos políticos sin relato. Líderes a los que les falta relato. Argumentaciones dispersas que carecen de relato.  Fallos de comunicación por no transmitir un relato. Todos, entregados a esa presunta historia o idea definitoria, justificativa o expositiva, a ese concepto inconcreto creado a medias entre los gabinetes de storytelling y los lakoffianos más impenitentes y que sirve para representar con desenfado todos los errores de comunicación que podemos perpetrar los humanos. El relato ya no es un cuento, ni una narración: es simplemente un término comodín que está muy de moda y es altamente contagioso.

Me pregunto cómo sería una mujer friki empoderada del segmento político mediopensionista y sin relato. Pues, claro, ¡cómo no lo había pensado!, sería, sí o sí, pues muy bizarra y auténticamente peripatética.

Cierto es que la RAE a veces acepta algunos de estos significados mutantes, como en el caso del citado adjetivo pírrico, lo que se me antoja discutible. Pero ello nos llevaría a debatir sobre los márgenes de tolerancia que deberían ser aceptables en la actuación de quienes dan forma al diccionario normativo, y sobre el riesgo de que restemos singularidad y belleza a las palabras asociándoles todo tipo de variantes semánticas derivadas de un mal uso, asunto que, por su envergadura, estimo mejor aplazar a otro momento.

Lo dejo aquí, porque este no es más que un post de regreso al blog, sin mayores pretensiones, después de unas semanas de distancia.

Lo cierto es que la tendencia que deriva en moda (o la moda que desemboca en tendencia, que no sé muy bien cuál es en este caso la gallina ponedora) se impone al sentido de los términos y expresiones sin que casi nadie parezca reparar en ello, y no me refiero al mal uso de las palabras en el que todos caemos en ocasiones (yo el primero), porque no siempre hablamos con propiedad y ni siquiera escribimos en todo momento de modo riguroso, sino a la incorporación decidida y recurrente al habla propia de esos usos discutibles que a veces estrechan significados, o los ensanchan, o los desvían, de esas expresiones que se profieren sin miedo aprovechando su presunta ambigüedad, práctica que algunos llevan a cabo con gran desparpajo y reincidencia.

Aunque, claro está, cualquier cosa es mejor que toparse con ese horrible eligiré que, con un par, ánimo viral e impetuosa bizarría (esta sí española) está inundando nuestras vidas.

No quiero despedir esta entrada sin una reflexión final, aunque espero no pasarme de frenada. ¿Y si los austericidas sí fueran, en el fondo, los de derechas? Porque yo creo que, para acabar con la austeridad, quizá la única solución, en un país civilizado, consista en practicarla a tiempo.