Partes que parecen todo, interferencias y sinónimos aplastados

De modas comunicativas va esta pequeña serie de cuatro entradas, publicada a caballo entre dos años, que termina, aunque solo de momento, con la presente, y moda es precisamente lo que instiga la costumbre actual a canonizar ciertos términos con poderes plenipotenciarios y exclusivos para aludir a ideas que desde siempre han podido representarse con vocablos sinónimos o de sentido bastante afín.

También es frecuente en este momento dar a algún término un significado amplio que le va robando el suyo a otro que era más genérico, perdiendo con ello, en parte, el específico que tenía. E igualmente es tendencia conceder a algunos términos la posibilidad de aludir a un todo y a sus partes, a un proceso y a cualquiera de sus fases, creando una cierta confusión semántica y dando cierta sensación de léxico publicitario, funcional y de baratillo.

Voy a poner solo cuatro ejemplos de estos hábitos terminológicos: dos de lo que yo denomino aplastamiento de sinónimos, uno de lo que podríamos calificar como succión de significados ajenos o interferencia de sentidos y otro que da cuenta del efecto que se produce cuando la denominación de una parte es la misma que la del todo.

Conciliación

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Conciliar, aparte de asistir a ciertos encuentros religiosos como el de Trento, el de Nicea o el Vaticano II, es, según el actual diccionario de la RAE:

  • Poner de acuerdo a dos o más personas o cosas.
  • Hacer compatibles dos o más cosas. Conciliar la vida laboral y la vida familiar.
  • Granjear un ánimo o un sentimiento determinados.

Pero si nos remontamos al diccionario de hace unos años (tampoco muchos), las definiciones eran, de modo resumido:

  • Componer y ajustar ánimos opuestos.
  • Conformar proposiciones o doctrinas opuestas.
  • Granjear o ganar los ánimos y la benevolencia.

Quizá hemos ganado algo de claridad (eso de conformar proposiciones o lo de ganar los ánimos es un tanto rebuscado), pero también se ha perdido algo de nivel (lo de compatibilizar cosas o poner de acuerdo cosas es, por ser generoso, poco elegante) y se nos ha colado (y sabemos por qué) una coletilla referida a la vida laboral y la profesional que incluye el propio verbo del término, por lo que es solo un ejemplo, el que ahora canónico según el uso social.

Si nos atenemos a los usos tradicionales del verbo, podemos (o podíamos, que ese es el problema) conciliar opiniones encontradas, conciliar posiciones, conciliar diferencias, conciliar intereses, conciliar necesidades con requerimientos, conciliar pretensiones, conciliar exigencias aparentemente no compatibles, conciliar valores e informaciones contables o asistir a actos de conciliación ante despidos o contenciosos.

Y también podemos (o podíamos) conciliar el sueño, por estar cansados al final del día, o tras leer un rato, o después de pensar en la agenda del día siguiente o cayendo fulminados a medio de un aburrido recuento de ganado ovino saltarín.

En realidad, claro está, podemos seguir haciéndolo, pero si alguien nos hubiera lanzado hace unos años la pregunta desnuda ¿tú concilias?, sin mayores concreciones, no habríamos sabido qué responderle sin solicitar más precisión, salvo que para eludir el momento recurriéramos al galleguísimo depende o a alguna formulación del tipo a veces o según se tercie sin tener ni idea de sobre qué estábamos hablando.

Ahora, esa misma pregunta escueta espetada a la cara de alguien iría seguida, sin mayores peticiones de aclaración o concreción, por un no me deja mi jefe, ojalá en mi empresa fueran más sensibles, los autónomos no tenemos horario o ya me gustaría, que estoy harta de ser superwoman. Solo si el interpelado ostentara la mitra obispal o el birrete cardenalicio podría contestar que eso no depende de él, sino de que el sumo pontífice considere llegado el momento de citar de nuevo a todo el mundo eclesiástico a un encuentro ecuménico.

La vida laboral y la profesional son difíciles de conciliar en los tiempos en que vivimos, pero eso ha sido así desde siempre. De hecho, la sensibilización ha aumentado en los últimos años y poco a poco vamos avanzando hacia horarios profesionales más condensados con el fin de que nos sea posible llegar antes al hogar y podamos ocuparnos sin tanta presión de las obligaciones familiares, aunque sea a costa de tener abierta la telefonía móvil casi a tiempo completo.

Pero lo que sí ha cambiado es que antes podíamos o no conciliar esas dos vidas, pero también podíamos armonizarlas, compatibilizarlas, conjugarlas, compaginarlas, combinarlas, ajustarlas, encajarlas, engarzarlas, ordenarlas, separarlas, coordinarlas, equilibrarlas, aislarlas… Ahora no. Ahora esas dos vidas solo pueden conciliarse. ¡Para qué queremos sinónimos o palabras semejantes con sentidos distintos pero adecuadas igualmente para expresar una misma idea con distitos matices si ya hemos encontrado una que ha hecho furor y lo engloba todo! A las demás, que les vayan dando.

Conciliar se ha convertido en una palabra no solo exitosa, sino también sostenible, ligada tanto a esas dos vidas, que ya prácticamente no se concilia otro asunto en la vida, ni siquiera el sueño. El que quiera dormirse, que tome un tranquilizante.

Vayamos con la segunda.

Sostenible

No sé si es preciso decirlo, pero sostenible es lo que se puede sostener.

Vivimos en la era de la sostenibilidad. Todo es sostenible, o debe serlo. Oímos hablar de economía sostenible, desarrollo sostenible, agricultura sostenible, urbanismo sostenible, empleo sostenible, gestión sostenible, recursos energéticos sostenibles, tecnología sostenible, arquitectura sostenible, ingeniería sostenible, educación sostenible…

También se oye de vez en cuando hablar de países sostenibles, sistemas sostenibles, movilidad sostenible, demografía sostenible, igualdad sostenible… Incluso he leído varias veces argumentos en favor de un futuro sostenible y reflexiones sobre la remolacha sostenible. Es fascinante.

Nada es ya sustentable. Ni perdurable. No importa que los objetos, productos, aparatos, máquinas sean resistentes. Es indiferente que lo fabricado tenga aguante. Nada tiene durabilidad. Tampoco importa la seguridad, ni la inmutabilidad, ni la impermeabilidad, ni la dureza…  Pero sí: todo, sea tangible o intangible, puede y debe ser sostenible.

Supongo que la Atlántida no era un territorio sostenible. Pienso, por otra parte, que la arquitectura es importante que sea sostenible, sobre todo si el edificio tiene varios pisos y la gente puede salir a las terrazas (aunque afortunadamente un día el muro de Berlín acabó siendo insostenible). La ingeniería de puentes y viaductos también conviene que sea sostenible o daría bastante miedo cambiar de orilla o conducir entre las laderas de las montañas. También es crucial que sean sostenibles los andamios con los que se rehabilitan casas, las grúas en las obras de construcción de edificios, los gimnastas en barra fija o anillas, el suelo de las ciudades tuneladas por redes de metro, los cuadros en los museos, las torres y antenas de comunicaciones, las lámparas de araña…

Salvo que la curva del espacio tiempo nos lleve pronto al big crash y la humanidad perezca sin opción siquiera a una distopía, me temo que el futuro nunca será insostenible, ya que es un lugar tozudo en el que, como decía Woody Allen, vamos a vivir el resto de la vida, o si perecemos, lo harán las especies que sobrevivan, o si no perdura ninguna, lo habitarán el polvo y las piedras. El crecimiento demográfico será más o menos malthusiano, pero la demografía será la que sea en cada momento, ni sostenible ni insostenible (aunque sí pueda ser insostenible, por ejemplo, el consumo de agua, la generación de residuos o la emisión de gases); la igualdad será más o menos clara, según evolucione la economía o la política, y podremos avanzar o no en ella, pero sin que la sostenibilidad pinte nada en ello, porque, puestos a ser sostenible, puede serlo la propia desigualdad o incluso el maltrato, o las matanzas, o las pandemias, ya que no hay nada más sostenible para la demografía que el diezmado de la población.

La movilidad basta con que sea móvil, porque si es sobre suelo no es preciso que se sostenga mucho (basta un poco de equilibrio sobre pies o ruedas), y si es aérea, pues es suficiente con que lo sostenible sean los aviones, los helicópteros, los parapentes, los drones… Quizá sí podría interesar que fuera sostenible la emisión de humos por combustión de queroseno o la densidad de vuelos en las llamadas autopistas aéreas, siempre en expansión.

En cuanto a la tecnología, cambia tanto que no es que no sea sostenible, es que no es apreciable ni siquiera a simple vista: por eso se publicitan productos con garantía de por vida, de por vida del producto, se entiende, que estamos en tiempos de obsolescencia programada, en la era de las gamas y modalidades que mueren ya mismo cuando nacen durando menos que una mariposa tras dejar de ser crisálida, en un mundo hecho de tornillos asiáticos inmunes a cualquier destornillador e irreparables piececitas de plástico con su fecha de rotura ya matemáticamente calculada.

Y llegamos así a una de las estrellas de la función, el desarrollo sostenible, concepto que es una auténtica obra maestra semántica, al tiempo pleonasmo y oxímoron.

La RAE viene a decir, si cosemos dos de sus acepciones, que el desarrollo es la evolución de la economía, la sociedad y la cultura hacia mejores niveles de vida mediante el progreso y el crecimiento. En tal caso, es obvio que todo desarrollo debe ser sostenible, o sea, poder sostenerse, aunque solo sea porque si el cambio y la evolución que supone deja de sostenerse, dejará de haber desarrollo. Sencillo. O es sostenible o no es desarrollo. Pero si al hablar de sostenibilidad del desarrollo estamos aludiendo a que debemos controlar este y moderar el crecimiento que conlleva al objeto de que no produzca efectos nocivos, entonces es que será preciso no sostener en cierta medida ese crecimiento y, en consecuencia, si va reduciéndose en cierta medida dicho desarrollo, entonces en parte se habrá dejado de evolucionar y una parte de ese desarrollo ya no se estará sosteniendo. O sea, que para que el desarrollo sea sostenible es preciso que no se sostenga, salvo que haya desarrollo sin crecimiento, lo que es, cuando menos semánticamente, discutible.

La RAE solo dice que la sostenibilidad es la cualidad de sostenible, y añade sobre este segundo término que se usa especialmente en ecología y economía aludiendo a que algo —¡ojo!: algo concreto— se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente. O sea que, como decía antes, puede ser sostenible o insostenible la emisión de gases, la generación de residuos o el consumo de agua, como también la explotación de energía fósil, la expansión urbana de las ciudades, la densificación de las poblaciones, la afluencia de turismo a las urbes, la inflación forzada por medidas monetarias, el abaratamiento de los salarios, el sistema de generación de ingresos en el sistema de pensiones público, la expansión de algún sector económico sectorial que pueda generar una burbuja, la proliferación de molinillos eólicos, la aceptación de flujos inmigratorios… Pero la arquitectura, la ecología, el desarrollo, la igualdad, la economía o el futuro, simple y llanamente, no. Y la remolacha, tampoco (como mucho, ciertas técnicas de cultivo). Bien por la Academia no extendiendo en este caso el uso del término sostenible a ese mundo genérico absurdo al que tantos están llevándolo. Cuando la RAE es elegante, da auténtico gusto.

No hay que surfear todas las olas que nos marque el habla de moda dando carta de naturaleza a significados y usos innecesarios. Y menos cuando, como en este caso, es la propia la evolución del término la que está empezando ya a ser insostenible en su utilización, como calificación de todo lo que a la mente se le ocurra, aunque sustantivos y adjetivos no casen ni con pegamento.

El término sostenibilidad —y otros sinónimos de este, que no deberíamos tener miedo en utilizar también con el fin de dar variedad al texto o al discurso— tiene especial sentido cuando hablamos de conciliar los efectos de lo que producimos o hacemos con el mantenimiento razonable de los recursos y del entorno. Mira por donde, acabo de sostener este fragmento conciliando dos palabras: conciliar y sostenible. Lo mismo consigo que se sostenga todo el artículo.

Vayamos a por la tercera palabra, una verdadera succionadora de significados.

Emprendedor

Los caminos, los proyectos, las misiones, las empresas… se emprenden cuando se inician. Antiguamente podía emprenderse hasta un fuego, pero actualmente las llamas suelen prenderse o encenderse.

La palabra empresa significa tanto un objetivo, proyecto, obra o empeño cuya consecución conllevará alguna dificultad y complejidad como la organización y desarrollo de un negocio con ánimo de lucro. Por su parte, cuando se pone en marcha un negocio o proyecto, especialmente cuando este es innovador y conlleva algunas complicaciones, se suele utilizar el verbo emprender.

Por tanto, todo empresario consolidado fue, en mayor o menor medida, un emprendedor en su momento inicial y lo volverá a ser si en algún momento se lanza a una ampliación, cambio de línea de negocio o expansión que suponga para él asumir de nuevo mayores cotas de riesgo y tomar otra vez decisiones complejas.

¿Qué ocurre en la actualidad? Pues que todo el que se da de alta como autónomo en el censo fiscal de empresarios y profesionales es un emprendedor. Y que a todo el que tiene una empresa y es joven se le denomina emprendedor y lo seguirá siendo por tiempo indefinido, porque eso de emprender, así, dicho con sequedad, suena very young.

Hoy mismo, si alguien dispara a otro la descarnada pregunta ¿tu emprendes?, de nuevo no será preciso que el segundo solicite al interrogador que le precise si se refiere a algún objetivo, proyecto, plan, viaje, peripecia o etapa concreta. Seguro que el primero estará interesado en si su interlocutor acostumbra a montar negocios o tiene alguna empresa.

Es cierto que todo autónomo que se dé de alta en el censo de empresarios y profesionales es, desde el punto de vista fiscal, un empresario, un profesional o un artista, y en cierto modo acomete una empresa, sea comercio, negocio social, pequeño ente de prestación de servicios o simple actividad profesional. Cuando estrictamente es un empresario, puede serlo individual o social, e incluso hay otras figuras posibles como las cooperativas. Pero parece razonable que, tributos al margen, consideremos empresa a la organización que tenga una cierto diseño organizativo, aunque su dimensión como pyme sea la micro, porque a quien trabaja como freelance, solo, sin empleados ni socios, siempre le vendrá un poco grande la autodenominación de empresario. Asimismo, deberíamos distinguir lo que significa emprender un negocio de lo que es ser un emprendedor, porque esto último implica planear la puesta en marcha de una empresa con cierta complejidad y no solo la de darse de alta con el objetivo de ganarse el sustento haciendo algo.

Hay personas que abren un puesto de castañas o una tiendita con cuatro bolsos y cinturones en un chaflán y si les preguntas a qué se dedican contestan sin dudarlo que son empresarios, porque comerciantes les suena a poco, como a mercader o a vendedor con mandil. Y también los hay que se dan de alta en su actividad más o menos habitual y ya se consideran emprendedores, locomotoras del I + D + i. Asimismo, hay medios que confunden a los emprendedores con los empresarios y ya no hablan de estos últimos salvo que se trate de grandes corporaciones con muchos años en el mercado y gerentes de cuello blanquísimo, pero como vean al CEO en zapatillas deportivas y con sudadera, lo denominarán emprendedor toda su vida aunque el negocio lleve ya tiempo dando saltos en el NASDAQ. Por otra parte, encontramos también a profesionales que son titulares de un negocio que forman ellos mismos, solos o con algún socio, y que se autocalifican como CEO de la empresa, Chief Executive Officer, algo que como mínimo merecería una estrella de sheriff, una placa de marshal o varias estrellas en la bocamanga, o incluso charreteras en los hombros, aunque apenas tengan tropa a su mando.

En fin, no vendría nada mal que volviéramos a recuperar la cordura y diéramos a cada figura y situación la denominación que mejor se le ajusta. Emprendedores, cuando inician proyectos y negocios innovadores o que impliquen cierta dificultad y vayan a dar lugar a empresas con empleados, colaboradores y cierta organización, aunque la dimensión sea la de microempresa y haya más ordenadores que mesas. Empresarios, cuando ya mantienen esa organización con una cierta dimensión, aunque, como dije, se muevan en el grupo más modesto del segmento de pymes. Comerciantes, a quienes regentan tiendas pequeñas, sin empleados o con pocos dependientes. Profesionales, a quienes se dan de alta con el fin de prestar servicios, sea de modo individual o con algún socio, y con o sin local afecto al negocio, pero sin apenas aparato organizativo. Y en lo que respecta a los CEO, será una denominación aceptable cuando haya consejeros delegados o directores ejecutivos entre otros muchos niveles en el organigrama del negocio (aunque no tenga mucho sentido utilizar aquí las siglas anglo). Por último, por lo que a la fiscalidad o a la estadística económica se refiere, que le llamen a cada cual como la normativa dicte en cada momento.

Reciclaje

La última de las palabras examinadas en este post es la que, en el uso que está dominando en los últimos años fuera del estricto ámbito industrial, he calificado como parte por el todo o, quizá sería más correcto decir todo por la parte.

Seguro que alguna vez te han lanzado de sopetón la siguiente pregunta: ¿tú reciclas?  Es como la pregunta seca sobre la conciliación o el emprendimiento, pero referida a la basura.

A mí me ha sucedido varias veces y en todas, antes de contestar, me he imaginado por un momento embutido en un mono lleno de grasa en una planta de reciclaje industrial actuando como operario de alguna fase de la transformación de residuos en materiales de nuevo aprovechables. Luego, súbitamente, siempre me doy cuenta de que yo, modesto ciudadano concienciado, solo separo la basura, los plásticos, la botellería… y luego deposito todo en los distintos contenedores dispuestos en la calle. Por eso, la respuesta que doy siempre es la misma: no, yo no reciclo, yo me limito a sacar la basura.

Lo cierto es que las calles de las ciudades se llenan a menudo de cartelería con expresiones que invitan a la ciudadanía a reciclar, y la web está llena de artículos intentando sensibilizar a la ciudadanía sobre el reciclaje.

Yo reciclo. ¿Reciclas tú? — Y tú, ¿cómo reciclas? — Debemos reciclar — Si quieres una ciudad limpia, recicla — Las ventajas de reciclar para los niños — Cómo reciclar en casa — Ideas para reciclar en casa — Cómo organizar una campaña de reciclaje en nuestra ciudad — Si quieres al planeta, recicla — Reciclemos — Reciclar está en tu mano — Sueña en verde: recicla — Qué reciclar y qué no…

También hay, por supuesto, alguna información o llamada más atinada, como la que dice Separar para reciclar, pero son las menos, e incluso hay artículos que nos indican cómo podemos reciclar unos objetos dándoles otro uso. En este último caso no hay nada que objetar: nosotros completamos todo el proceso de reciclaje y, por tanto, estaremos, esta vez sí, reciclando, ya sean chapas de botellas que pasan a ser elementos decorativos, cartuchos de tinta que, rellenados, vuelven a servir para imprimir texto en algunas páginas más, o cajas de zapatos que pueden apilarse al objeto de formar una mini estantería para objetos varios. Hay personas que son auténticos maestros del reciclaje y en garajes o casetas son capaces de dar una segunda vida a objetos desfasados o estropeados y convertirlos a otros usos. Incluso hay quien dice edificar catedrales con restos de basura.

Pero a lo que yo me estoy refiriendo es a quienes — y es hoy en día una pandemia —identifican la separación de residuos con el reciclaje masivo de estos y asocian de modo integral este proceso a la modesta actividad que pueden asumir los ciudadanos: la separación de su basura.

Acudo de nuevo a la RAE, y dejando al margen los significados que, girando sobre la misma idea, aluden a la renovación y ampliación de conocimientos de los profesionales en sus actuales o en nuevas disciplinas, me quedo con dos acepciones:

  • Someter un material usado a un proceso para que se pueda volver a utilizar.
  • Someter repetidamente una materia a un mismo ciclo, para ampliar o incrementar los efectos de este.

De nuevo, la Academia nos brinda una definición concisa y certera. Así da gusto y esperemos que el uso masivo erróneo no haga caer en la tentación a sus integrantes y les lleve a ampliar las definiciones dando al todo el sentido de una de sus partes.

¿Me puede decir alguien con qué criterio podríamos defender que lo aquí dicho —desarrollar un proceso que haga reutilizables algunos materiales o reutilizarlos directamente—equivale a sacar la basura, por muy separados que estén los tetrabrics, latas, plásticos, envoltorios, blíster, retráctiles, depósitos de tinta, cristales, botellas, cartones, papeles, sustancias orgánicas, polvos y pelusas de barrido y demás residuos, sobras o escombros?

Esto es como si llamáramos partido de fútbol a la foto de los capitanes con el árbitro o al intercambio de banderines al inicio del encuentro o al entrenamiento ante del partido, o escribir un libro al proceso de documentación previa, o escribir guiones a la redacción de argumentos y sinopsis, o gobernar el país al juramento del cargo ante el Rey. Si yo reciclo cuando saco la basura, entonces también dirijo el juicio y dicto la sentencia con solo interponer una denuncia, y soy un chef —top, máster o de andar por casa— con solo ir al súper a comprar alimentos.

Me temo que algún publicitario avezado, acostumbrado a tomar el rábano por las hojas, ha confundido aquí el todo con las partes, cogiendo la primera de las fases de un proceso, la menos técnica, para llenar el sentido de todo lo que este supone, sin duda con el objetivo final de articular campañas con gancho que resulten económicas, hechas para que las entienda de manera simultánea un niño, un CEO y un catedrático de física cuántica. Igualemos por abajo, que es más cómodo.

Pensándolo bien, la próxima vez que me pregunten si yo reciclo, podría contestar que yo concilio la necesidad de desprenderme de los residuos sobrantes con la obligación de participar en el proceso de reciclaje de materiales, con el fin de contribuir a que las exigencias de desarrollo la actividad económica industrial sean cumplidas de modo sostenible y ello facilite el apoyo a la innovación de los emprendedores. ¿En cuanto a la vida laboral y profesional? Lo siento, para mí son lo mismo; yo no soy ni empleado ni CEO: soy autónomo.